A propósito del fenómeno de las «tradwife», unos apuntes que tal vez desarrollaré más extensamente en otros espacios. Este texto lo escribí en verano de 2024.
1. Los valores que las llamadas «tradwife» encarnan y ensalzan mediante sus performances, son los valores y roles nada obsoletos que el patriarcado siempre reservó para las mujeres desde tiempos muy remotos y que incluso fueron legitimados a través de discursos «científicos» que naturalizaban que las mujeres eran inferiores a los hombres y que su función en la vida eran los cuidados, la maternidad, la servidumbre al hombre y el mantenimiento del hogar. Así, el capitalismo se asentó y se asienta sobre el trabajo doméstico, reproductivo, propio del «mundo femenino», y se nutre de él de manera gratuita, presentándose como una cuestión de amor incondicional, principal atributo de la feminidad hegemónica. En ese orden de las cosas, la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado se vivió como una anomalía, pues las mujeres, por su propia naturaleza, no estarían destinadas al trabajo productivo. Así se justificó y se institucionalizó la brecha salarial y la «doble esclavitud» del hogar y del salario, de la que organizaciones como Mujeres Libres hablaban. Esta vieja estructura es y ha sido el monstruo contra el que miles de mujeres de varias generaciones atrás lucharon desde los movimientos que hoy consideraríamos feministas, por todo el mundo. Y todavía hoy es un tema central en los feminismos.
2. En este sentido, también hubo y hay mujeres que aceptan de buen grado su condición del ángel del hogar y que asumen los añejos discursos sobre que no es una cuestión de jerarquías sino de funciones diferenciadas para cada género en la sociedad. Aquí, bajo mi punto de vista, incurre uno de los principales triunfos del patriarcado: contar con adeptas entre la propia masa de las oprimidas que lo sostiene. Sin ellas no sería posible. Hoy se añade el ingrediente de la «libertad individual», pero de eso hablo luego.
El caso es que, cuando surgieron los primeros esfuerzos organizativos y de lucha contra este orden de las cosas (entonces no se hablaba de patriarcado ni de feminismo como lo hacemos ahora), y la vieja estructura patriarcal se empezó a ver amenazada, esas propias adeptas a la tradición comenzaron a organizarse en torno a asociaciones que defenderían el modelo de mujer tradicional, representado en «el ángel del hogar». Todo ello en el contexto de la incorporación de las masas a las militancias de cualquier signo político. Surgieron así, por ejemplo, en España, organizaciones femeninas (que no feministas) adscritas a las extremas derechas tradicionalistas, fascistas y católicas. Contamos, por ejemplo, con Las Margaritas carlistas o con la Sección Femenina de la Falange (esta última muy inspirada en los movimientos de mujeres nacionalsocialistas alemanas). Desde estas organizaciones femeninas se llevó a cabo una intensa labor propagandística y educadora que fue institucionalizada con la instauración de la dictadura franquista.
De este modo, queda evidenciado que los discursos de género no operan en la sociedad de manera aislada del resto, y que el papel que las mujeres y los géneros deben desempeñar en la sociedad es un asunto público, de Estado, y fundamental en la construcción de las patrias.
3. Hoy día las estructuras de poder se han complejizado y la militancia y el asociacionismo ya no son de masas como a principios del siglo XX, y las organizaciones políticas son consideradas socialmente como algo obsoleto y anacrónico. Pero eso no significa que no exista un importante aparato propagandístico, aparentemente apolítico, que emite y refuerza valores y discursos hegemónicos y que se sirve del cine, de la literatura, de la música y muy especialmente de las redes sociales. La batalla propagandística la tiene ganada desde hace tiempo el orden capitalista, colonial y patriarcal. Y, de su mano, la están monopolizando las extremas derechas que acceden al poder en todo el mundo en un proceso de crisis económica y resentimiento del capitalismo y sus democracias liberales.
4. Así pues, en este contexto de auge de las extremas derechas, no es de extrañar que los discursos antifeministas y de odio hacia las mujeres y al colectivo LGTBI+, calen preocupantemente en un porcentaje altísimo de jóvenes, principales adeptos a las ultraderechas (¿No habéis oído aquello de que ser fascista es la nueva moda entre los jóvenes?). Los jóvenes, por otro lado, son los principales consumidores de la propaganda vertida por las redes sociales. Y, por tanto, no es nada de extrañar el surgimiento de este fenómeno de las «tradwife» que a todo el mundo sorprende y que pareciera solamente una nueva tendencia rimbombante de las redes sociales.
Sí, lo que quiero decir es que el fenómeno de las tradwife (aplaudido por usuarios de extremas derechas que ensalzan el valor y la feminidad rebosante de estas mujeres quienes, a su vez, se lucran mucho y reciben financiación de grandes empresas), forma parte de la propaganda «apolítica» de las extremas derechas. De momento no necesitan una organización política de mujeres tradicionalistas, pues la labor propagandística y educadora está en las redes sociales y es mucho más eficaz y atractiva, pero no sería de extrañar que en algún momento aparecieran organizaciones femeninas adscritas a Vox, a Núcleo Nacional o a organizaciones coprófagas del estilo.
5. Pero esperad, porque aún hay más: Ultraderecha ha habido siempre y la sigue habiendo para todos los gustos, aunque se empeñen en hacernos creer que siempre fue una y muy cohesionada. Por un lado hemos hablado de las derechas tradicionalistas que viven de la nostalgia y que desearían volver a la dictadura franquista, revivir al viejo y glorioso fantasma del Imperio Español, o incluso resucitar a Isabel la Católica (figura de referencia para la Sección Femenina de la Falange, por cierto), y donde las mujeres pueden seguir yendo por el camino correcto de la patria y de Dios.
Pero es que, por otro lado, está la ultraderecha mal llamada «anarcocapitalismo» muy triunfante en EEUU y dque promueve la ley del más fuerte, la libertad individual por encima de cualquier cosa y llevada al extremo, la reducción del Estado al mínimo para que el poder lo tengan las grandes empresas (y aquí está el motivo por el que ese engendro jamás podrá ser una corriente del anarquismo). Es la ultraderecha de Milei, de Llados, de los tiburones, del esfuérzate al máximo y muestra tu mejor versión para triunfar, del eres pobre porque quieres y porque eres un pringao. Esta extrema derecha también tiene su propio modelo de mujer, y también se nutre de la propaganda en las redes sociales: hablamos de la «mujer de alto valor» representada en actrices, cantantes, empresarias e influencers, todas forradas de pasta y con cuerpos esculturales. Son las mujeres que facturan, que acceden al poder siempre negado para ejercerlo sobre otras, que no son ángeles del hogar (ni quieren) porque pueden pagar a un ángel del hogar, que tienen caprichos muy caros y que son muñecas lujosas nacidas para triunfar, por lo que necesitan hombres ricos y de valor que sepan mantenerlas y cuidarlas.
6. Y esto me lleva al ingrediente del que he hablado más arriba y que se añade al devenir actual del capitalismo y del patriarcado: la libertad individual. Las «tradwife» dicen que ellas son así porque quieren y no porque sean sumisas ni porque manden sus parejas. Aquí me gustaría establecer la diferencia entre libertad individual y voluntariedad. La voluntariedad no implica libertad, y en este caso es emanada de un sistema que te empuja a comportarte de determinadas maneras. Es como la depilación o el maquillaje o querer ser delgadas: nadie nos pone una pistola para ello pero ¿Por qué lo elegimos? ¿A qué orden de las cosas responde aquello? Por su parte, las mujeres de alto valor son así porque quieren y porque se lo pueden permitir. Las mujeres ahora facturan porque quieren y porque pueden facturar. Y no importa ninguna de las consecuencias de ser poderosa, solo importa que quieren, pueden y lo hacen. Da igual cuántas se queden despojadas por el camino, no importa el extractivismo, la destrucción de pueblos enteros ni la perpetuación de un sistema que oprime y mata. Bueno, importa en la medida en que es el sistema que las mantiene.
7. Por último, al hilo de todo esto de la libertad individual, de la libertad para acceder al poder y ejercerlo y de todo este triunfo de las ultraderechas con sus relaciones de genero ideales bien aseguradas, no me puedo ir sin comentar que buena parte del feminismo se ve encandilada por estos discursos y tendencias y que se nos están vendiendo como emancipación, fenómenos y procesos más ligados al autoritarismo, al capitalismo, al consumo y al extractivismo que a la verdadera liberación de todos los cuerpos oprimidos. Y esa parte del feminismo es la que más se oye, la que más triunfa, la que legisla desde los asientos de los parlamentos, la que quiere ocupar los centros de poder porque somos conciliadoras por naturaleza y, en fin, la que nos necesita desposeídas a nosotras para seguir manteniéndose con vida ellas. Y lo que auguro es un futuro negro, negro, negro. Más negro de lo que ya lo es el presente.
¿Echabais de menos mis tochos? Pues aquí hay dos tazas llenas. Y me dejo muchas cosas en el tintero, lo sé (por ejemplo el privilegio blanco y clasista que supone performar a la perfecta «tradwife», los cánones de belleza que también se monetizan en estas performances o el reforzamiento del sistema patriarcal donde solo se asumen como válidos los géneros masculino y femenino, y no valen cualquier feminidad y masculinidad). Pero todo eso será desarrollado en otro momento o en otro espacio, como un artículo de Hoguera, por ejemplo.