Tengo que decir que me parece tan repulsiva la propaganda electoral de las derechas, que acusa a la izquierda de «romper el país y llevarlo al comunismo» (y me parece repulsivo por motivos evidentes), como la propaganda de las izquierdas que apelan a otro modelo de patria (pero patria al fin y al cabo) y llaman al necesario voto contra el fascismo. Me molesta además que la izquierda utilice a colectivos estructuralmente oprimidos para hacer propaganda electoral (ministros y presidentes LGTBIQ+, negros, migrantes, de raíces indígenas, mujeres y hombres que en sus pasados venían de situaciones precarias, etc.), jugando con la falacia de la representatividad. Como si a mí, por el hecho de ser mujer, por ejemplo, me representaran mujeres burguesas y empresarias. Como si la identidad de una persona se construyera en base a una sola premisa. Como si todas las mujeres de clase obrera, por seguir con el ejemplo, fueran clones que sufren del mismo modo las relaciones de poder en sus cuerpos.
Respecto al fascismo, creo que ya se ha dicho mucho. Pero hay pocas cosas que me parezcan tan vacías como el antifascismo en sí mismo o el sufragio. Y más si juntamos los dos. Al hilo de esto, cuatro cosas:
La primera, que el fascismo es un sistema político muy concreto y que no todos los modelos totalitarios protagonizados por las ultraderechas son fascismos. Pero bueno, dadas las connotaciones que hoy tiene el fascismo, puedo entender que se use esa palabra.
La segunda, que las democracias y los regímenes totalitarios de uno u otro signo, son las dos pieles de las que se viste el capitalismo en función de la coyuntura social, política y económica de un territorio. El totalitarismo (al que se llama fascismo) llega cuando el terciopelo de las cadenas de la democracia no puede hacer frente a un resentimiento del capitalismo. Ahí entonces es cuando se endurecen las medidas y cuando los mecanismos de control, coerción y represión quedan al desnudo, lo que no significa que anteriormente no los hubiera y que no estuvieran al servicio del poder capitalista.
La tercera, que cualquiera puede ser antifascista. Churchill y Stalin lo eran, por ejemplo, y también lo es el PSOE o incluso lo fueron los propios carlistas en contraposición a las nuevas ideas fascistas que la Falange importaba de Italia y Alemania, haciendo peligrar la verdadera «esencia española». Entonces, aunque entiendo la costumbre y la tradición venida de la historia (sobre todo en España tras la Guerra Civil), creo que es un completo absurdo lo de tildarse de antifascista y punto. Mi antifascismo no es el mismo de quien aspira a una dictadura que se dice del proletariado, por ejemplo. Mi antifascismo es, en esencia, sinónimo de antiautoritarismo, porque pienso que el «fascismo» no desaparecerá mientras no sea yerma la tierra de la que brota.
La cuarta, que el sufragio no es una herramienta de participación de la sociedad en la política y en la toma de decisiones que competen a sus propias vidas, sino una herramienta para sostener las lógicas de los estados capitalistas, en primera instancia, y para desarticular cualquier expresión y acción que las personas puedan llevar a cabo por sí mismas sin delegar. Y eso no aplica solo a las elecciones gubernamentales, sino a las elecciones sindicales o a los votos en asambleas de las organizaciones. El voto anula la voluntad de construir por nosotrxs mismxs el modelo de vida y de organización social que queremos. Y por eso no es o no debería considerarse complementario con la «lucha en la calle» (la acción directa).
Entonces, no veo por qué habría que asumir los discursos electoralistas del «mal menor», porque de menor no tiene nada. Y porque asumir eso es asumir que los derechos nos son otorgados, cuando está históricamente demostrado que los derechos y la dignidad se consiguen con la lucha ardua y continua de las masas oprimidas que arrebata espacios al poder. Así pues, esos discursos tal vez sean aceptables para quienes cuestionan el contenido pero están cómodxs con que no cambie el recipiente que lo alberga. Por mi parte, ni el contenido ni el recipiente que organizan nuestras vidas son válidos.
Las elecciones son un proceso en el que se ríen en nuestras caras al ver cómo nos contentamos con falacias, con fetiches y con apariencias de cambio.
Las elecciones contra el fascismo son una de las mayores mentiras que existen. Y eso. Siempre digo que de la derecha te lo esperas porque te la ves venir de lejos con el cuchillo jamonero en mano. Sus discursos suelen ser más simples que el mecanismo de un botijo de un tiempo a esta parte. La izquierda, por el contrario, te pega la puñalada por la espalda sin que te lo veas venir, porque te engatusa, te utiliza y luego te tira a la basura.