Tengo la sensación de que, para la importancia que tiene, se habla muy poco (quizá convenientemente) de la vinculación estrechísima que existe entre el capitalismo y el nacionalismo desde sus mismos orígenes.
Los sentimientos nacionales y la necesidad de engrandecer las naciones fueron un motor fundamental para el expansionismo e imperialismo del siglo XIX, encaminado a la acumulación de riquezas y recursos de las nacientes potencias europeas. Una acumulación que impulsó el desarrollo y la consolidación del sistema capitalista. Esta narrativa está bien palpable en los grandes museos europeos, que exhiben infinidad de piezas arqueológicas y artísticas expoliadas de los territorios invadidos. Una manera de tantas que las naciones tuvieron de expresar su «grandeza».
Las invasiones, por cierto, fueron justificadas por teorías que bebían del darwinismo social y que defendían que las naciones tienen el derecho a competir para mantener su supervivencia. Una especie de ley del más fuerte, que Ratzel materializó después en su teoría del Espacio Vital, adoptada posteriormente, por ejemplo, por el III Reich.
A veces aborrezco a Eric Hobsbawm por sus perspectivas marxistas de algunos procesos históricos, que en algunas ocasiones considero erróneas. Pero, de entre todo lo que me resulta interesante rescatar de él, se encuentra su análisis sobre cómo los sentimientos nacionalistas se pusieron por encima de cualquier otra realidad material palpable, como era la condición de la clase social, y que en diversos momentos de la historia quedó eclipsada bajo la ficción del sentimiento de pertenencia a un territorio. La ficción nacional se atrajo (y se atrae) a buena parte de las clases trabajadoras organizadas. De hecho, cada proyecto de nación se atrajo a las clases trabajadoras desde planteamientos diversos. La URSS, por ejemplo, se erigió como una supuesta nación de trabajadores: la dictadura del proletariado, el azote de las burguesías, nada más lejos de la realidad. Para el nacionalsocialismo, los trabajadores eran de su nación o de su patria antes que de su clase (véase, por ejemplo, el discurso «de clase» de la Falange en España o los discursos obreristas de la Alemania nazi que a tantos trabajadores organizados se atrajeron). En el primer artículo de la Constitución de 1931, la II República española se definió como «República democrática de trabajadores de toda la clase».
Las identidades nacionales, por cierto, en parte se crean otorgando unos valores y rasgos identitarios a los individuos para ser buenos ciudadanos del Estado-nación. Algo que me parece muy interesante, entre otras cuestiones, es cómo las naciones han construido las identidades de género en la historia: para Rousseau, por ejemplo, la buena mujer ciudadana republicana debía ser culta, servil, dulce, comprensiva, callada, cuidadora y sensible, complementaria (subordinada) del hombre ciudadano republicano, crítico, productivo, preocupado por los asuntos políticos, justo. En la Alemania nazi, las mujeres encarnaban las «tres K»: niños, cocina, iglesia (Kinder, Küche, Kirche). No es de extrañar, pues, que en la Guerra Civil española también se disputara el modelo de mujer para cada proyecto nacional: la mujer emancipada, culta y moderna republicana y/o antifascista (sin renunciar a la domesticidad) versus el ángel del hogar subordinado, patriótico y católico. Los franquistas identificaban a las antifascistas como feas y putas. Solo así podemos explicar la represión específica hacia las mujeres antifascistas por parte de la dictadura franquista una vez asentada en el poder, y la existencia de organismos como la Sección Femenina u organizaciones católicas: había que reeducar a las rojas y reconducirlas a su misión patriótica. Si no, se las exterminaba.
Ejemplos hay a montones. Y si os fijáis, siempre responden a esquemas puramente patriarcales. En este sentido, las identidades de género se convierten para cada proyecto de nación, en un asunto público, concerniente al Estado. A partir de aquí diré que ello explica la sistemática represión y violencia sobre aquellos cuerpos e identidades de género que no respondieran a los esquemas patriarcales diseñados por cada sistema de Gobierno: las identidades llamadas queer, las disidencias sexuales y de género, el colectivo LGTBIQ+ todo.
Todas las naciones han perseguido, violentado y castigado al colectivo LGTBIQ+, ya sea desde unos discursos nacionales u otros: para la URSS y la Cuba de Castro, por ejemplo, la peña LGTBIQ+ fue castigada de diversas maneras e internada en campos de trabajo porque eran considerades enemigues contrarrevolucionaries aliades del capitalismo. Para la II República «la sodomía» era considerada un delito de orden público. Para el nacionalcatolicismo franquista, lo evidente: contraries a la naturalidad católica reproductiva. E infinitos ejemplos más. Además: ¿no os parece curioso que los esquemas de género nacionales y patriarcales siempre hayan respondido a una funcionalidad capitalista y productiva? Reproducirse para producir y diferenciar las funciones de los géneros en la economía para y alimentar el desarrollo capitalista que engrandecerá a la nación.
Por último, se achaca a algunas luchas (sobre todo al feminismo y al movimiento LGTBIQ+, pero también al antirracismo) el triunfo del identitarismo, y sobre ellas se deposita la responsabilidad y la culpa de la imposición arrolladora del capitalismo sobre nuestros cuerpos y territorios. Dicen que atomizan las luchas, que priorizan particularismos y «sentimientos» sobre realidades globales materiales, que borran la conciencia de cuál es el verdadero enemigo, blablabla (incluir la palabra posmodernismo en aquello que desprecias siempre queda muy intelectual, aunque tus análisis sean lo más pobre). Pero, probablemente, no existirá nada más identitario y pernicioso que el nacionalismo de cualquier tipo, que institucionaliza, homogeneiza y estataliza el «sentimiento» de pertenencia a un territorio diluyendo cualquier otra realidad material y vendiéndose como analgésico contra los dolores sociales y políticos. No veo a los enemigos de «lo posmoderno» (ni siquiera cuando se dicen anarquistas) hacer ninguna crítica feroz a esta ideología política hermana y sostenedora del capitalismo en cualquiera de sus formas. Sí los veo despreciando las luchas que deberían asumir como propias.