Hoy me ha venido la regla ¡qué afortunada soy! Oh, por favor, nótese la ironía. No, no me gusta mi regla. Me suele venir fuerte y me quedo hecha un trapujo arrugao, y parece que se ha rodado una peli gore aquí abajo.
De hecho, mi adolescencia está plagada de experiencias vergonzosas en las que me manchaba todo el rato los pantalones, dejaba las sillas del instituto manchadas de rojo y me tenía que ir a casa a ducharme y cambiarme. Me daba anemia y tenía que tomar suplementos de hierro. Y encima… Y encima parecía que no podías decir demasiado alto que tenías la regla porque era motivo de tabú, vergüenza o risa, sobre todo para los chicos (ahora me acuerdo del precioso texto de Bettie sobre las que teníamos más amigos que amigas). Luego resultó que tenía pólipos y me mandaron anticonceptivas. Los pólipos se fueron y la regla se reguló. Pero el chochi hinchado, los dolores de cuerpo, el cansancio y el componente emocional no se fueron. Odio la montaña rusa emocional provocada por la alteración hormonal. No me gusta estar irascible por cualquier cosa, no me gustan los pensamientos intrusivos y, sobre todo, no me gusta trabajar con la regla (a ver, en general, no me gusta trabajar. Pero trabajar con la regla es muerte). Tampoco me gusta el discurso de «estás así porque estás con la regla», ni me gusta pensar que cuando menstrúo no soy yo. Porque sí lo soy, y no mola nada esa ¿»disociación»?.
Y varias cosas más, pero tampoco quiero hacer un dossier detallado sobre mi experiencia menstruante. Quiero pensar la menstruación de manera política porque nadie me enseñó bien en qué consistía esto, y se me enseñó a vivir la regla de manera bastante nefasta, silenciosa, paternalista y culpabilizadora.
Nada más unirme a Mastodon escribí un toot, ya perdido (por desgracia) sobre la regla, sobre mi regla, sobre el positivismo tóxico y misógino alrededor del discurso de que tienes que amar a tu regla para amarte a ti misme, y sobre cómo, todo aquello, va bañado en un crujiente y caramelizado clasismo. Tan crujiente que, si tratas de comértelo, se te rompen todos los dientes.
Aquel texto lo escribí porque suelo acordarme de una charla a la que asistí en el marco de una Feria del Libro Anarquista. La mujer habló en torno a las siguientes ideas: las mujeres (no las personas, las mujeres) que suelen sentir dolores con la regla en realidad están somatizando estrés, ansiedad y otras cuestiones psicológicas y emocionales, y los sienten porque no se escuchan a sí mismas y no se dedican los cuidados que requieren. Las mujeres (no las personas, las mujeres) que no aman a su regla, no se aman a sí mismas. Conclusión: soy una hippie de m….mmmujeres, tenéis que amaros a vosotras mismas, amad vuestra regla, estad en conexión con ella porque esa es vuestra esencia.
Cuando acabó la charla primero sentí una culpabilidad muy grande porque pensé que me estaba haciendo muchísimo daño a mí misma no gustándome mi regla, que tenía que empezar a amarla, y que, en realidad, no tenía herramientas para ello. Luego la culpa se fue y la rabia me invadió. Lo primero, porque todos los dolores no son una somatización del estrés y ese discurso estaba no solo invisibilizando sino ocultando y criminalizando patologías horribles y ya invisibilizadas médicamente, que producen dolores y experiencias menstruales terribles. Lo segundo, porque caí en la cuenta de que ser paupérrima, tirarme ocho horas en una barra de bar de pie y yendo de un lado a otro, y mis rutinas frenéticas, son del todo incompatibles con dedicar los cuidados necesarios a mi regla y «quererla». Tendría que vivir, pues, con el dolor y el desamor. Ese discurso nos estaba criminalizando desde el paternalismo más venenoso, por ser pobres.
Pues no, mis cielas. Me niego a eso. Lo siento. Ya tengo bastante con mis culpas propias, ya tengo bastante con mis mierdas mías y con mis habitaciones sucias que me abruman y trato de limpiar poco a poco, como para que venga una pava (que suele cobrar por sus talleres sobre menstruar deliciosamente) a decirme cómo tengo que vivir y sentir esto que me sale del coño todos los meses. Y me niego a que eso forme parte de mis principios feministas. No, gracias. Mejor que hacer sentir mal a les compañeres y poner el foco en el individuo una vez más, peguémosle fuego al sistema que no nos permite descansar, cuidarnos y vivir nuestros ciclos y procesos como lo que son, sin necesidad de mistificarlos ni endiosarlos.
Y voy a añadir más: esos discursos, la mayoría de las veces muy esencialistas, biologicistas y místicos, suelen ser bastante tránsfobos, pues dicen que las mujeres tienen una especial conexión con la tierra por su capacidad de «albergar vida». Vamos, el mismo esencialismo de siempre, el que desde tiempos inmemoriales nos decía que eramos seres inferiores que solo valían para cuidar, follar y parir y que nos reducían a un coño. El mismo sobre el que el capitalismo se acomodó, diciéndonos que la fábrica no era nuestro espacio natural sino que la casa lo era, y que por eso debíamos cobrar menos, porque éramos menos productivas. El mismo que… ¿Sigo? ¿De verdad, terfas, vamos a tope con el esencialismo y el biologicismo? Lo mismo os estáis pegando un tiro en la barriga a vosotras mismas.
En fin. Que se me va. El caso es que suelo echar de menos los testimonios sobre cómo mis compañeres trans y no binaries que menstrúan viven estos procesos. Siento que se habla muy poco, al menos aquí en Murcia. Que es una parte de la memoria arrebatada. Y compas. Sin memoria solo somos un pesado saco de huesos. Quizá este tema de la regla sea un territorio que debamos okupar a las terfas para empezar a habitarlo y cultivar discursos transfeministas sobre la menstruación (si alguien conoce escritos, podcast o material sobre el tema, me encantaría que me lo enseñara). No sé.
Pues eso, qUeRiDeS. Que no todes menstrúan igual. Que las personas ricas van a menstruar florida y deliciosamente y las personas precarias y las que no son mujeres cis lo vamos a seguir haciendo en modo ahorro de batería. Que menstruar bonito parece haberse convertido en un privilegio.
El caso es que no encuentro el texto que escribí y tal vez escriba otro. De hecho, ya lo estoy haciendo. Pero se me está ocurriendo una idea incluso mejor (a mi cuerpo se le ocurren las mejores ideas justo cuando menos energía y tiempo tengo para realizarlas): ¿Qué tal si hacemos un fanzine? Un fanzine con las experiencias, reflexiones, saberes y consejos desde, por y para las personas que menstruamos. Tal vez si colectivizamos nuestras experiencias menstruantes y les quitamos la pegajosa y resbaladiza pátina capitalista, tránsfoba y liberal, podamos vivir la regla desde otras perspectivas un poco más propias, un poco menos culpables, un poco más diversas, un poco más colectivas. Y si no, al menos tenemos algo con lo que limpiarnos cuando nos salga la primera mancha del mes.